El extraño caso del doctor Jekyll y mister Hyde

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Robert Louis Stevenson (1886)

El apocado doctor Jeckyll tiene un truco para superar sus inhibiciones y sacar la parte más decidida y libre de su personalidad que permanece oculta.

Hoy en día, el doctor Jeckyll vendría a ser un científico experto en bioquímica y un prestigioso neuro-psicólogo. La poción por él inventada sería la aplicación práctica de su campo, la aplicación de los principios de la química del cerebro.

Hoy en día conocemos cientos de principios activos, calmantes, excitantes, depresores, inhibidores… En psiquiatría la química es utilizada habitualmente para modificar la conducta y la poción de Jeckyll no sería otra cosa.

Sin embargo, difícilmente podemos atribuir a Stevenson la intención de bucear en estos temas más que de manera somera, a modo de coartada para tratar el conflicto que se encarna en la novela con la aparición artificial del alter ego de Jeckyll: el escondido señor Hyde.

El mismo nombre del pretendido monstruo, (hide quiere decir en inglés esconderse, ocultarse) nos ofrece la más clara pista de las intenciones del autor, que no son otras que hablar sobre la naturaleza humana. El educado y refinado doctor victoriano tiene un reverso tenebroso que aparece cuando fallan los mecanismos de control.

Parece querer decirnos Stevenson que el hombre sigue siendo un animal con los instintos primitivos de siempre, egoísta por naturaleza, repleto de deseos urgentes que bullen en su interior con fuerza.

La ligera patina de civilización que nos cubre puede romperse por múltiples motivos, no necesariamente una poción. Las drogas y el alcohol afectan a nuestro comportamiento de manera a veces vergonzosa. Resulta típica la estampa del borracho violento sobre quien actúa una compleja reacción química que ha desmantelado su sentido del pudor y del respeto social.

Y aún así, estos sólo serían ejemplos que terminarían por convencer al autor, en un mundo repleto de crímenes, guerras y torturas ante las que cada vez estamos más insensibilizados.