Frankenstein (Película 1931)

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Nota: Este artículo se refiere a la película de 1933 basada en la novela de Mary W. Shelley. Para otros usos ver Frankenstein.

Frankenstein (Película 1931)
Ficha técnica
Título original: Frankenstein
Nacionalidad: Estados Unidos
Estreno 1: 21 de noviembre de 1931
Duración: 71 minutos
Ficha artística
Dirección: James Whale
Guión: Peggy Webling, John L. Balderston, Francis Edward Faragoh y Garrett Fort basado en la novela de Mary W. Shelley
Producción: E.M. Asher y Carl Laemmle Jr. para Universal Pictures
Fotografía: Arthur Edeson (B/N)
Música: Bernhard Kaun
Reparto: Colin Clive, Mae Clarke, John Boles, Boris Karloff...
Información suplementaria
Otros datos: Dirección artística: Charles D. Hall
Secuela: La novia de Frankenstein (1935)
Imdb: Ficha en Imdb
Notas:
  1. Fecha de primer estreno. No tiene por qué coincidir con el estreno en salas comerciales o emisión en abierto; puede ser en premieres, festivales u otras formas de distribución reducida o exclusiva.

James Whale (1931)

Se trata de la famosa adaptación de la novela de Mary Shelley, realizada por el director James Whale en 1931.

La película, de corta duración (poco más de 70 minutos) no es absolutamente fiel al original, pero conserva y resalta numerosos aspectos fundamentales de la obra: la creación de vida, el peligro de la vanidad científica, la responsabilidad e incluso la formación de la personalidad y la identidad.

Al mismo tiempo, se ha convertido en un clásico del cine, innumerables veces referenciado, y ha sentado numerosos estándares para posteriores adaptaciones del texto, como el hecho de utilizar la electricidad como medio de resurrección.

Shelley sí que mencionaba los experimentos con galvanismo como uno de los intereses de su científico, el doctor Víctor Frankenstein, pero la joven autora, muy acertadamente, decidió dejar en la oscuridad cualquier otra elucubración acerca de las técnicas seguidas para la creación de vida. De hecho, Shelley no afirma que el monstruo fuese creado de partes de otros seres humanos, sino que antes se parece a una especie de golem, creado con materia o tejidos diferentes, lo que le confiere una coloración amarillenta.

No obstante, si algo ha hecho inmortal a esta filmación es el propio monstruo, encarnado en Boris Karloff y por el maquillador Jack P. Pierce. Las plataformas de los pies, la cabeza cuadrada, los tornillos en el cuello, los ojos hundidos y los párpados bajos… tanto el actor como el maquillaje tiende a resaltar la antinaturalidad, la fabricación y, también, la disminución mental. Se trata de una criatura aturdida, primitiva, que apenas es capaz de comprender un entorno totalmente nuevo para él.

Así, la película se centra en sólo un frangmento de la novela, cuando el monstruo es un recién venido al mundo, una especie de bebé mastodóntico. Y como tal se comporta. A pesar de el intento pseudocientífico de afirmar que la maldad puede ser algo que se vea ya en el cerebro (una especie de característica congénita) lo cierto es que el monstruo se comporta con una previsible agresividad dado el trato que ha recibido: es atormentado desde su nacimiento, expuesto al fuego, azotado, encadenado, golpeado, pinchado, drogado... e incluso se le intenta bibiseccionar (un comprensible error por parte de uno de los científicos que, al no oír corazón, piensa que está muerto).

Para el recuerdo quedarán siempre algunas secuencias, como el encuentro entre el monstruo y la niña, un magnífico resumen de toda la psicología del monstruo y de la sociedad que lo persigue, o la famosa frase “¡Está vivo!” y la un poco menos famosa por haber sufrido la censura de “Ya sé lo que se siente siendo Dios” que en la mayoría de las versiones actuales queda enmudecida por el sonido de un trueno.

Una película muy recomendable pero que hay que ver conscientes de su contexto. Estamos en 1931, el cine sonoro hace apenas un par de años que se ha impuesto y lógicamente los directores y actores aún no se mueven con soltura en este nuevo entorno, más técnico, un arte totalmente diferente.

Las actuaciones pueden parecer más teatrales, así como la composición de los escenarios. Y sin embargo, esta cualidad no realista ofrece en contrapartida otras ventajas, como la muy clara sensación de que nos encontramos ante un producto en el que se ha pretendido hacer arte, algo que se hecha muy en falta en numerosas producciones actuales, ejecutadas con eficiencia aséptica.

Una magnífica obra a pesar del tiempo.