Hipótesis de la simulación

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La hipótesis de la simulación o argumento de la simulación es un razonamiento lógico-filosófico que propone que existe la posibilidad de que la realidad que experimentamos no sea más que una simulación.

Se trata de un tema de debate en filosofía cuyos orígenes pueden ser rastreados muy atrás en el tiempo y que entronca directamente con el problema del conocimiento a través de la denominada hipótesis escéptica en sus diferentes variaciones. Sin embargo, ha adquirido nueva relevancia a partir del artículo de Nick Bostrom Are You Living in a Computer Simulation?, publicado en Philosophical Quarterly en 2003.

Historia: La hipótesis escéptica:

Debido al a falibilidad de los sentidos, el escepticismo postula que el ser humano es incapaz de alcanzar el conocimiento de la verdad. Como pensamiento filosófico se suele indicar que nació en la antigua Gracia, con filósofos como Gorgias, Crátilo, Pirrón, Platón (el mito de la caverna); pero también se desarrolló ampliamente en la filosofía oriental india (la ilusión de la realidad según la religión Maya) y china (Zhuangzi soñando que era una mariposa), influyendo decisivamente en el taoísmo.

René Descartes (1596-1650) llevó al extremo esta premisa para tratar de construir un sistema de conocimiento sobre cimientos sólidos (el famoso, "cogito ergo sum"), y por el camino nos dejó algunas analogías y experimentos mentales que han pervivido en el imaginario popular y que ejemplifican las primeras fases de este "mundo simulado". Se trata del problema del demonio maligno (Meditaciones metafísicas, 1641), un ser imaginado de inmenso poder y que emplea toda su energía en engañarnos, proporcionando a nuestros sentidos estímulos falsos. Tal hipótesis, evidentemente, no puede ser falsada, lo que empujaba a Descartes a postular que la obtención de la verdad, con absoluta seguridad, no podía llegar nunca desde los sentidos, sólo desde la razón.

El argumento de Descartes, modernizado, da lugar al denominado experimento mental del "cerebro en la cubeta" (Gilbert Harman, 1973), un tropo de ciencia ficción según el cual se podría extraer el cerebro humano del cuerpo, depositarlo en una cubeta de fluidos que lo mantuvieran vivo y conectar sus neuronas con al exterior, de manera que le llegaran los mismos impulsos que en un cuerpo normal, algo que sería indistinguible para dicho cerebro.

Bertrand Russell daría un paso más al expresar su hipótesis, nuevamente no falsable, de la Tierra creada hace cinco minutos; un argumento pensado, en principio, para combatir cierta corriente religiosa que pretendía compatibilizar la historia geológica y evolutiva de la Tierra tal y como la muestra la ciencia con la verdad literal de la Biblia según la cual el mundo fue creado hace unos 5000 años. En esta reflexión, Russell invitaba a considerar que la Tierra había sido creada hace sólo cinco minutos, y nosotros con ella, de la absoluta anda, con todos nuestros recuerdos incluidos. Para un ser todopoderoso, esto sería trivial y, para nosotros, sería indemostrable. Este razonamiento al absurdo, curiosamente, se adapta muy bien a la hipótesis de la simulación y a la cuestión esencial de que nosotros mismos no seriamos capaces de diferenciar nuestro estado desde dentro de la simulación.

En las últimas décadas, muchos otros filósofos han explorado el campo de la simulación y sus implicaciones para la humanidad; pero si la hipótesis de Bostrom ha captado la atención es por su, hasta cierto punto, aporte de evidencias probabilísticas.

Exposición del argumento de Bostrom:

El argumento de Bostrom se presenta como un trilema. En buena lógica, una de las siguientes tres afirmaciones mutuamente excluyentes ha de ser cierta:

  1. La totalidad de las civilizaciones de tipo humano se extinguen antes de alcanzar el grado de desarrollo que les permitiría simular una personalidad consciente.
  2. La totalidad de las civilizaciones posthumanas capaces de realizar dicho tipo de simulación muestran total desinterés por realizar simulaciones de alta fidelidad de sus ancestros.
  3. La inmensa mayoría de la gente con nuestra experiencia está viviendo una simulación.

La lógica de estas premisas es más o menos la siguiente:

La capacidad de computación se multiplica por mil cada diez años, por lo que parece razonable alcanzar en un futuro una capacidad de computación tal que permitiera simular mundos virtuales completos a muy bajo coste. Esto permitiría a esta futura civilización realizar miles de millones de simulaciones de cómo fue el pasado, por motivos históricos, científicos o lúdicos, proponiendo millones de variaciones en busca de aquellas que se acercasen más al resultado real, tal y como hacemos hoy en día en muy diversos campos de la ciencia.

Lo único que podría impedir esto es que nos extinguiéramos antes (algo así como al paradoja de Fermi), algo nada desdeñable a la luz de las diversas crisis globales que se van sucediendo. O también podría suceder que una civilización posthumana perdiera completamente el interés por realizar estas simulaciones, tal vez por considerarse en exceso diferente a sus ancestros y perder todo interés en ellos.

Bostrom no se decanta por ninguna de las tres opciones que, bajo la evidencia de nuestro gran desconocimiento, deben ser tomadas por igualmente probables.

Contraargumentos:

Desde la biología y la neurociencia se considera que un cerebro aislado del cuerpo no tiene la misma biología que un cerebro conectado al cuerpo, ni los estímulos le llegan de la misma manera y que estas diferencias podrían ser definitivas. Hasta aquí sería la argumentación en contra de un mundo virtual al estilo Matrix, en el que aún se mantiene un sustrato material.

Saltando un paso más, hacia la simulación de la persona al completo y no sólo de sus estímulos externos, la hipótesis se vuelve aún más problemática desde el punto de vista científico, debido a nuestro esencial desconocimiento de qué es y cómo se produce la conciencia. Quienes defienden que la personalidad puede ser simulada suelen razonar mediante variaciones del argumento del barco de Teseo: si en un cerebro 100% orgánico sustituimos una única neurona por su equivalente de silicio, el cerebro en cuestión seguirá funcionando exactamente igual y no se notará la diferencia. Podemos entonces sustituir una segunda neurona, y luego otro y otra, hasta sustituir gradualmente todas, obteniendo así un equivalente electrónico.

El problema de este argumento es, como se indica, el desconocimiento de qué es y cómo surge la conciencia, por lo que no se puede asegurar que sea un simple agregado de procesos físicos. Utilizando otra contra-analogía: si cogemos un grano de arena y ponemos otro grano junto a él, y luego otro, y luego otro... en algún momento dejarán de ser un conjunto de granos de arena para convertirse en un montón de arena, con características físicas que emanan del conjunto. Si sustituimos uno de esos granos de arena por otro tipo de arena, el montón seguirá teniendo las mismas propiedades al principio: pero si sustituimos suficientes granos, sus propiedades cambiarán y quizás deje de comportarse como preveíamos.

Bajo la misma premisa, pero siguiendo otra línea, es perfectamente presumible que el sustrato biológico que crea nuestra consciencia sea significativo de alguna manera. Por ejemplo, podría suceder que un ser humano introducido en una simulación fuera perfectamente consciente de estar viviendo la simulación por motivos que no podemos entrever aún por nuestra falta de conocimiento, pero que son muy razonables. O al revés, podría ser que un ser simulado enteramente fuera en todo momento consciente de su naturaleza y que no hubiese manera de impedirlo.

En general, la hipótesis de Bostrom es muy criticada por su antropocentrismo y por ser un reflejo de la excesiva tendencia moderna a contemplar todo bajo el prisma y la analogía de la computación, una tecnología relativamente reciente, que sin duda ha producido un enorme impacto en nuestra sociedad, pero que en un futuro distante podría perfectamente ser considerada arcaica del mismo modo que nosotros consideramos arcaicos las innovaciones de hace dos siglos.

Por todo ello, el trilema de Bostrom quizás debería ser expandido al cuatrilema, añadiendo entre la primera y segunda posibilidad, una nueva que indicara que la conciencia humana no puede ser simulada.

En ciencia ficción:

La ciencia ficción tiene innumerables obras que describen mundos simulados desde el punto de vista de la realidad virtual, en la mayoría de los cuales los entes que los habitan conocen que el mundo es virtual. Aquí nos centraremos en los ejemplos que exploran las posibilidades descritas en el artículo de vivir en un mundo simulado sin tener conciencia de ello e, incluso, de ser entes simulados nosotros mismos.

Cerebros de un tarro:

Uno de los primeros en plasmar el tema en un relato fue Alexander Beliaev en La cabeza del Profesor Dowell (1925), en la que el profesor Dowell, efectivamente, descubre la manera de preservar al cabeza viva e incluso de trasplantarla a otro cuerpo, un tropo que es casi una seña de identidad de la serie de televisión Futurama (David X. Cohen y Matt Groening, 1999).

H.P. Lovecraft, en El que susurra en la oscuridad (1931), imagina que la raza extraterrestre Mi-Go es capaz de extirpar cerebros y transportarlo en cilindros para protegerlos durante el viaje espacial. Otros ejemplos tempranos de cerebros autónomos los encontramos en Capitán Futuro (Edmond Hamilton, 1940) o en Donovan's Brain (Curt Siodmak, 1942), novela llevada varias veces al cine.

Con esta obra, el tema quedaba perfectamente asentado y podemos ver notables ejemplos posteriores, como William y Mary (Roald Dahl, 1960) y en una miríada de películas y series de televisión.

Mundos y personalidades simuladas:

En La ciudad y las estrellas (1956) Arthur C. Clarke imagina la posibilidad de que mentes humanas sean almacenadas en una computadora, en la ciudad de Diaspar. El argumento no se desarrolla más allá y, desde luego, no explora las implicaciones de vivir una simulación, ya que la realidad del mundo físico siempre está presente en la novela.

En A Dream of Wessex (1977), el también inglés Christopher Priest sí que explora finalmente la hipótesis de una simulación completa, de una manera muy similar a la sugerida pro Bostrom. Los ingleses del futuro quieren lanzar una simulación de Inglaterra para tratar de buscar una solución a la distopía en que viven.

Pero mucho antes, el maestro de la irrealidad, Philip K. Dick, ya había jugado con la posibilidad de que lo que experimentamos no sea más que un juego entre entidades que nos superan, en The Cosmic Puppets (1957). El tema de la simulación es muy cercano a Dick y lo encontramos también referenciado de manera más o menos directa en Ojo en el cielo (1957).

En la siguiente década encontramos una influyente obra de Daniel F. Galouye, Simulacron-3 (1964), que ha inspirado otras como Matrix (Wachowsky, 1999) o Nivel 13 (Josef Rusnak, 1999).

En clave de humor lo encontramos en El desayuno de los campeones (Kurt Vonnegut, 1973), en una de las historias de Kilgore Trout, según al cual existe un único ser humano y el resto somos robots ignorantes de nuestra naturaleza.

Otras obras más modernas que se pueden referenciar son Diáspora (1997) de Greg Egan, donde se nos describe cómo parte de la raza humana ha pasado a este estado posthumano en el que se han deshecho del cuerpo y viven en simulaciones computacionales. Egan ya había tratado el tema en otras obras, como Ciudad permutación (1994). Otros autores que lo han abordado también de manera recurrente son Stephen Baxter, Stanisław Lem (Profesor Corcoran, 1961; Ciberíada, 1965)...

Un último ejemplo de cierto éxito es la novela ganadora del premio Goncourt, La anomalía (Hervé Le Tellier, 2020).

Las referencias son interminables.