Las estatuas cantantes

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Las estatuas cantantes
Autor: J.G. Ballard
Otros títulos: Las esculturas cantantes
Datos de primera publicación(1):
Título original: The Singing Statues
Revista o libro: Fantastic Stories of Imagination
Editorial: Ziff-Davis Publishing Company
Fecha Julio de 1962
Publicación en español:
Publicaciones(2): Vermilion Sands
Cuentos completos
Otros datos:
Saga:
Premios obtenidos:
Otros datos:
Fuentes externas:
Tercera Fundación Ficha
ISFDB Ficha
Otras fuentes  
Notas:

  1. De la presente variante. Puede haber variantes anteriores. Consultar la fuente externa para ampliar información.
  2. Publicaciones en español las que la presente variante ha aparecido. Puede haber otras publicaciones de esta misma u otras variantes. Consultar la fuente externa para ampliar información.

J.G. Ballard (1962)

Las estatuas cantantes es un relato ambientado en la ciudad ficticia de Vermilion Sands, una especie de ciudad vacacional en la que sus habitantes se dedican a pasar el tiempo ociosamente.

Sinopsis:

Milton es un creador de estatuas sonoras que recibe un golpe de suerte cuando en la galería en la que está exponiendo una de sus obras entra una rica y extravagante coleccionista, Lunora Goalen, quien se encapricha de la obra de Milton.

Sin embargo, la estatua que Milton le vende no es una auténtica escultura cantante, no reacciona a la presencia y estado de ánimo de las personas cercanas, sino que únicamente reproduce una cinta pregrabada por Milton. Este, para mantener la ilusión, acudirá varias veces a la mansión de Lunora a recambiar las cintas con la excusa de reparar o ajustar la estatua.

Progresivamente, Milton se irá fascinando por la enigmática figura de Lunora y tratará de establecer una comunicación con ella a través de las cintas pregrabadas.

El relato:

Las esculturas cantantes ya aparecieron en el relato Prima Belladonna (1956) que inaugura la saga. En este momento, la corriente artística de las estatuas cantantes parece haber evolucionado hacia la abstracción, lo que hace que los trabajos que ansía y colecciona Lunora, más clásicos, sean ya poco frecuentes y que, por ello, Milton tenga tan inesperada oportunidad.

En esta ocasión, Ballard parece menos acerado y se limita a especular sobre un tipo de arte que, aunque pudiera parecer extraño, en realidad sí que se ha desarrollado bastante durante las últimas décadas. Algunas vanguardias artísticas han experimentado mucho con la tecnología y cada vez más es frecuente encontrar piezas que en mayor o menor medida interaccionan con el público o toman fragmentos del entorno en el que están instaladas (son instalaciones más que estatuas) lo procesan y lo devuelven al espectador.

En la figura de Lunora puede encontrarse tal vez el aspecto más crítico con el estado del arte, al diseccionar los verdaderos motivos de una reconocida mecenas y despojarlos de toda aspiración estética. Sin embargo, esta crítica tampoco parece muy acertada; especialmente si se comprende las verdaderas dimensiones actuales del mercado del arte. La idea de Ballard de que unos pocos mecenas picotean entre los artistas buscando piezas para sus colecciones personales resulta, en verdad, casi romántica. La realidad es mucho más prosaica y se ajusta mucho mejor a unas premisas ciberpunk, con un arte mercantilizado y manipulado por los poderosos para producir exorbitantes beneficios.