Diferencia entre revisiones de «Máquina del tiempo»

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Los [[viajes espaciales]] son tan antiguos como ''[[Somnium]]'', escrita entre 1620 y 1630 por Kepler; extraños inventos [[Ciencia|científicos]] aparecen ya en el reino de [[Laputa]], en ''[[Los viajes de Gulliver]]'' (1726); y vemos [[extraterrestres]] ya en ''[[Micromegas]]'' (1752) de Voltaire. Las máquinas temporales, por el contrario, han sido mucho más recientes.
  
La primera máquina del tiempo aparece en el [[El cuento en la ciencia ficción|relato]] de [[H.G. Wells]] ''The Chronic Argonauts'', de 1988. Sin embargo, la primera obra de renombre en la que aparece una de estas máquinas es la novela, también de Wells, ''[[La máquina del tiempo (Libro)|La máquina del tiempo]]'', publicada en 1895 y que se convertiría en el primer éxito del autor.
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La primera máquina del tiempo aparece en una obra española. El invento se llamaba el ''anacronópete'', y apareció en una novela con estructura de zarzuela de Enrique Gaspar en 1887.
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El año siguiente se publicó el [[El cuento en la ciencia ficción|relato]] de [[H.G. Wells]] ''The Chronic Argonauts'', de 1988, pero la primera obra de renombre en la que aparece una de estas máquinas es la novela, también de Wells, ''[[La máquina del tiempo (Libro)|La máquina del tiempo]]'', publicada en 1895 y que se convertiría en el primer éxito del autor.
  
 
Aunque Wells no entró a describir de forma detallada su forma, dejándolo a la imaginación del lector, su materialización artística en la película ''[[El tiempo en sus manos]]'' (1960) se ha convertido en un icono de la ciencia ficción: un asiento situado sobre una especie de trineo, un enorme reloj y una palanca para accionar la máquina. Los efectos visibles de su funcionamiento, también: mientras que el viajero permanece intacto en el interior de la burbuja temporal que crea la máquina, puede contemplar cómo a su alrededor el mundo cambia vertiginosamente.
 
Aunque Wells no entró a describir de forma detallada su forma, dejándolo a la imaginación del lector, su materialización artística en la película ''[[El tiempo en sus manos]]'' (1960) se ha convertido en un icono de la ciencia ficción: un asiento situado sobre una especie de trineo, un enorme reloj y una palanca para accionar la máquina. Los efectos visibles de su funcionamiento, también: mientras que el viajero permanece intacto en el interior de la burbuja temporal que crea la máquina, puede contemplar cómo a su alrededor el mundo cambia vertiginosamente.

Revisión de 11:30 29 may 2011

Una máquina del tiempo es un aparato que permite realizar viajes temporales; es decir, trasladar al viajero a otro instante de la línea temporal.

Se trata, junto con las naves espaciales o los robots de uno de los grandes tópicos de la ciencia ficción. Además, y como ya se ha dicho, posibilitan los viajes temporales, dando lugar a interesantes paradojas.

No existe una forma estandar o más habitual para esta máquina, cuyo mismo tamaño puede varíar desde una habitación rodeada de maquinas que ocupan el espacio de un pabellón industrial como en la película 12 monos (1995), hasta pequeños terminales del tamaño de un teléfono móvil que permiten trasladarse a voluntad, como es el caso de los unicronos de El informe Cronocorp (2007). Existen dentro del género ejemplos muy diferentes entre sí.

Primeros ejemplos:

Los viajes espaciales son tan antiguos como Somnium, escrita entre 1620 y 1630 por Kepler; extraños inventos científicos aparecen ya en el reino de Laputa, en Los viajes de Gulliver (1726); y vemos extraterrestres ya en Micromegas (1752) de Voltaire. Las máquinas temporales, por el contrario, han sido mucho más recientes.

La primera máquina del tiempo aparece en una obra española. El invento se llamaba el anacronópete, y apareció en una novela con estructura de zarzuela de Enrique Gaspar en 1887.

El año siguiente se publicó el relato de H.G. Wells The Chronic Argonauts, de 1988, pero la primera obra de renombre en la que aparece una de estas máquinas es la novela, también de Wells, La máquina del tiempo, publicada en 1895 y que se convertiría en el primer éxito del autor.

Aunque Wells no entró a describir de forma detallada su forma, dejándolo a la imaginación del lector, su materialización artística en la película El tiempo en sus manos (1960) se ha convertido en un icono de la ciencia ficción: un asiento situado sobre una especie de trineo, un enorme reloj y una palanca para accionar la máquina. Los efectos visibles de su funcionamiento, también: mientras que el viajero permanece intacto en el interior de la burbuja temporal que crea la máquina, puede contemplar cómo a su alrededor el mundo cambia vertiginosamente.

Wells tampoco investigó en las consecuencias de un viaje temporal. Su novela es una metáfora de la división de clases y no especula acerca de las paradojas a las que el viaje temporal da lugar. Sin embargo, le cabe el honor de ser el "inventor" de la máquina del tiempo, al menos dentro del género de la ciencia ficción...

Máquinas móviles y estáticas:

La máquina del tiempo descrita por Wells se movía junto con el viajero, lo que le permite tenerla siempre disponible para su viaje de vuelta. Esto es algo que han imitado en otras obras.

En Guardianes del tiempo (1962) de Poul Anderson la máquina del tiempo es también un vehículo dentro del cual se introduce el viajero. Lo mismo ocurre en la película Regreso al futuro (1984) de Robert Zemekis. En esta película la máquina en cuestión es un DeLorean modificado al que se le ha añadido un condensador de fluzo que posibilita el viaje temporal.

Los unicronos de El informe Cronocorp son algo similar a un reloj de pulsera, por lo que se diferencian notablemente de los ejemplos anteriores, ya que no son vehículos dentro de los cuales se introduzca el viajero. Sin embargo, al igual que ellos, acompañan al crononauta y están disponibles para un nuevo viaje allí donde éste vaya.

Otros autores, por el contrario, han imaginado que la máquina del tiempo permite transportar a los viajeros al pasado o al futuro, pero ella permanece estacionaria en el presente.

Esto es lo que ocurre en Puerta al verano (1957) de Robert A. Heinlein o en la película 12 monos (1995). En el primer ejemplo, el viaje es sólo de ida, ya que el viajero queda totalmente aislado de la máquina. En el segundo ejemplo, aunque la máquina queda en el punto de origen, es posible hacer regresar al viajero, si bien los métodos no quedan nada claros. Podría tratarse de algún artilugio similar al cronoscopio imaginado por Isaac Asimov, en cuyo relato, El niño feo (1958), encontramos esta máquina en funcionamiento, buscando al sujeto que se desea traer al presente y detallando lo máximo posible sus coordenadas para poder hacer una extracción exitosa.

Portales:

En los ejemplos anteriores los viajeros, con o sin máquina, se desplazan a través del tiempo de forma similar a como la teleportación los trasladaría en el espacio.

Otros autores, algunos en busca de una mayor plausibilidad, han imaginado que las máquinas del tiempo son, en realidad, puertas que unen distintos puntos del espacio-tiempo. En cierto modo, la máquina estaría funcionando como un agujero de gusano. Éstos, la mayor parte de las veces, han aparecido como instrumentos para trasladarse espacialmente, cubriendo distancias astronómicas en un instante y manteniendo constante el avance del tiempo. Pero, dado que los agujeros de gusano unen dos puntos distintos del espacio-tiempo, bien podrían trasladar a una persona de un instante temporal a otro sin alterar sus coordenadas espaciales.

Algo así es lo que podemos ver en Una estatua para papá (1959). En este divertido relato Isaac Asimov imagina que un profesor de Universidad, investigando cómo estabilizar imágenes del pasado, consigue una ventana estable durante unos segundos, y tan permeable que una nidada de dinosaurios consigue atravesarla. Nunca vuelve a conseguir una imagen tan estable ni duradera, ni nadie más volverá a conseguirlo. Pero, pese a ser la única persona que ha conseguido traer algo del pasado, los motivos por los que será recordado y homenajeado serán otros...

En El día que hicimos la Transición (1997) de Ricard de la Casa y Pedro Jorge Romero, el viaje se realiza mediante agujeros de gusano. Según este relato, los agujeros de gusano son relativamente frecuentes, pero muy breves e inestables. La máquina que imaginan Romero y de la Casa estabiliza estos agujeros introduciendo en ellos una corriente de energía oscura.

Si en los ejemplos anteriores es posible abrir un portal a cualquier otro punto (aleatorio en Una estatua para papá, fijado deliberadamente en El día que hicimos la Transición), en Los cronocrímenes (2007) vemos una máquina algo distinta. En esta película, la máquina crea el portal dentro de ella misma, y permite trasladarse a otro punto de la línea temporal en el que ya estuviera en marcha. Es decir, uno entra en la máquina en un instante y sale en otro instante diferente, pero tanto la entrada como la salida las realiza desde la misma máquina. Una máquina temporal de estas características sería análoga a un Stargate (con la particularidad de que el portal de entrada lo es también de salida) lo que exige que la máquina deba estar en marcha tanto en el lugar-instante de salida como en el de llegada.

Algunos autores, al imaginar las máquinas como túneles que unen puntos, han imaginado también que existe un no-espacio no-tiempo al que llevan todas las puertas y desde el que, a su vez, se puede acceder a la puerta que lleva a cualquier otro lugar. No hay túneles que unen dos puntos distintos de forma indisociable, sino que cada boca da a esta especie de "estación central" desde la que se puede acceder a cualquier otra parte.

Un ejemplo de esto lo tenemos en 'Guardianes del tiempo. Este libro es la recopilación de varios relatos en los que una policía temporal vigila que no haya individuos que alteren el pasado. Para ello tienen su sede en un lugar fuera del tiempo, un lugar al margen del universo.

Limitaciones:

Es muy conocida la aseveración de que si la máquina del tiempo fuese posible, deberíamos encontrarnos con turistas temporales continuamente. Para solventar esta paradoja, los autores han solido imaginar una serie de inconvenientes al viaje en el tiempo que lo convirtieran en algo difícil, como el uso de los mencionados portales o las máquinas estacionarias. Pero estas no han sido las únicas limitaciones que los autores han puesto a sus máquinas temporales.

El obstáculo más habitual suele ser las enormes cantidades de energía que parece requerir el mover una partícula por el espacio-tiempo. Así, en Regreso al futuro el condensador de fluzo requiere un gigavatio de potencia y, además, el vehículo debe desplazarse a 140 km/h. Si bien esta última condición parece más destinada a proporcionar tensión dramática que a resultar mínimamente plausible, lo cierto es que ha sido muy imitada y en Timecop (1994) la máquina es un sillón propulsado por cohetes que se mueve por raíles, desarrollando una tremenda aceleración.

Más ingenioso fue Heinlein que, aplicando una cierta simetría en las leyes físicas, propuso otro tipo de limitaciones al viaje temporal en la ya mencionada Puerta al verano. En efecto, es posible enviar individuos a cualquier instante, pero por alguna ley física similar a la conservación de movimiento, para enviar una masa dada a un determinado instante del pasado, hay que enviar también una masa igual a hacer el viaje opuesto, es decir, la misma distancia temporal, pero hacia el futuro.

Otras formas de maquinas del tiempo:

Existen ejemplos en los que se ha dado el viaje temporal sin que la máquina que lo permita sea, en puridad, una máquina del tiempo.

Cápsulas criónicas:

Un ejemplo claro son las cápsulas criónicas, una evolución más plausible de criptas como la de El hombre que despertó (1933), de Laurence Manning. Podemos ver cápsulas de estas en Puerta al verano, en la película El dormilón (1973) de Woody Allen o en la serie de televisión Futurama (1999).

La base de estos "viajes" es que el viajero permanece en estado de hibernación o crionización decenas, cientos o miles de años. A lo largo de este tiempo él no ha cambiado, por lo que, aunque no ha viajado en el tiempo (no se ha trasladado de un instante a otro más rápido que el resto de la gente), el efecto práctico es que ha hecho un viaje sin regreso al futuro.

Algo similar, aunque sutilmente diferente, es lo que le ocurre a Dave Lister en la serie británica Enano Rojo (1988). En la serie, Lister es encerrado en una cámara de estasis. En principio era un castigo menor pero, mientras se encontraba en animación suspendida, un desastre acaba con la tripulación, por lo que cuando sale de la cámara han pasado un millón de años.

Al igual que en las cápsulas criónicas, Lister ha sido encerrado en una cámara y ha despertado en el futuro pero, si en las cápsulas criónicas sí había paso del tiempo (si bien era el estado de hibernación lo que impedía percibirlo; un reloj encerrado con él habría marcado el paso del tiempo sin diferencia alguna respecto al exterior), en el caso de la cámara de estasis el tiempo en el interior sí se ha detenido (un reloj encerrado en la cámara habría permanecido detenido según el punto de vista de un observador exterior).

Accidentes espaciotemporales:

Naves espaciales envueltas en extraños sucesos, la mayor parte de las veces relacionados con agujeros negros, han sido también un recurso habitual para trasladar al protagonista a otro instante.

Un ejemplo de esto lo tenemos en la película El planeta de los simios (1968) en el que un problema en su nave espacial transporta a Charlton Heston a un mundo en donde (también) le toman por un ser menos evolucionado que el resto. En la película El final de la cuenta atrás (1980) el vehículo no es una nave espacial, sino un portaaviones nuclear que es transportado a un punto en el que podría haber evitado el ataque a Pearl Harbor.

En un plano más cómico, pero también perfectamente válido como ejemplo, estaría el episodio Bien está lo que está Rosswell de la tercera temporada de Futurama, en el que la nave de Planet Express resulta ser el OVNI del incidente de Roswell.

Transmitir información:

Algunos autores proponen máquinas del tiempo que permiten no la transmisión de seres vivos o viajeros, sino información del futuro al pasado (con las consiguientes paradojas y la eventual creación de universos paralelos).

Por ejemplo, en Cronopaisaje (1980) de Gregory Benford, científicos de 1998 construyen una máquina para enviar taquiones al pasado, a 1962, y advertir del peligro de ciertas substancias, que han ocasionado graves alteraciones en el ecosistema global.

Algo similar ocurre en El coleccionista de sellos (1996) de César Mallorquí, si bien en este caso la "máquina del tiempo" es harto singular: tres sellos que deben ser pegados en una carta con la información requerida y depositados en un buzón de correos normal y corriente.