Motor de fisión
La fisión atómica es actualmente la fuente de energía más poderosa que se puede utilizar y los autores de ciencia ficción han venido aplicándola a sus novelas para proporcionar un enfoque realista a la exploración espacial.
Las naves de propulsión atómica han sido muy utilizadas por autores de ciencia ficción dura, como Arthur C. Clarke en El fin de la infancia (1953) y en general por los autores de la edad de oro (Robert A. Heinlein, Ray Bradbury…), que veían en este medio de propulsión el futuro inmediato de la colonización espacial.
Sin embargo, este tipo de nave tiene importantes desventajas que han impedido su desarrollo.
De manera similar a como ocurre en un reactor nuclear convencional, mediante el mantenimiento de una reacción nuclear controlada se genera calor que se utiliza para evaporar fluido y así generar impulso al expulsarlo a altas velocidades por las toberas de la nave. Es en definitiva, un motor de vapor que utiliza energía atómica en vez de química.
La eficiencia es sin duda mucho mayor, pero dado que no se puede calentar el combustible por encima de 3000 K, aproximadamente el punto de fusión de los componentes del reactor, el funcionamiento debe limitarse para no sobrepasar esta temperatura crítica. En consecuencia, la velocidad de salida de los gases es relativamente baja, lo que proporciona menor impulso.
Si además tenemos en cuenta la enorme cantidad de masa de reacción necesaria que debe acarrear consigo la nave, obtenemos que las aceleraciones posibles son muy pequeñas.
Una pequeña cantidad de combustible nuclear puede durar mucho tiempo, pero la masa de reacción (agua u otro material susceptible de hervir) se gasta a buen ritmo, lo que obligaría a la nave a repostar periódicamente. Este motor, por lo tanto, sólo sería útil en de rangos de distancias que nos mantienen dentro de nuestro mismo Sistema Solar, para el salto interplanetario, y aún con tiempos de tránsito que pueden suponer varios años.
Desde el punto de vista de la seguridad, estas naves son además más peligrosas que el cohete químico. Al tratarse de un combustible radiactivo, se agravan sustancialmente problemas como fugas, sin necesidad ya de incidir en el desastre que supondrían una reacción incontrolada o un accidente durante el lanzamiento desde tierra.
La ciencia ficción ha sido consciente de estos inconvenientes. Heinlein en Las verdes colinas de la Tierra, cuenta la historia de un vagabundo que quedó ciego tras un accidente con un reactor nuclear y que finalmente moriría debido a la radiación.
Stanislaw Lem en La Albatross nos relata el intento de rescate de una nave que ha sufrido un accidente en su reactor y se encuentra al borde de una reacción descontrolada y en Terminus nos cuenta la historia del robot encargado de reparar el reactor nuclear de una vieja nave espacial en cuyo interior residen las almas de los tripulantes muertos en un accidente anterior.
Estos inconvenientes no son insalvables. Mediante medios auxiliares de elevación de material al espacio (ascensor espacial, catapulta electromagnética…) se reduce la necesidad de combustible y masa de reacción, así como se evita el peligro de un desastre nuclear en el despegue desde tierra. Por otra parte, la experiencia ya consolidada con otros artefactos movidos con reactores nucleares como los submarinos y portaaviones no hace temer especialmente el problema de la radiación o la reacción incontrolada.
Sin embargo, al igual que ocurre con el proyecto Orión, la zancadilla definitiva a esta tecnología es la existencia de un tratado internacional que prohíbe el despliegue de armas atómicas en el espacio. Sólo el consenso y la colaboración internacional permitirían sacar adelante un proyecto de exploración espacial basado en este tipo de motores.
Velocidad: | Baja (Velocidades no comparables a c) | Alta (Velocidades superiores a un décimo de c) | Supralumínica (Velocidades superiores a c) |
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