Teletransporte

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El teletransporte es la capacidad de transportarse a distancia y de forma instantánea, bien mediante un poder de alguno de los personajes o mediante algún tipo de tecnología.

Como tecnología:

Dado que una de las premisas de la ciencia ficción es la plausibilidad, el empleo de algún tipo de extraña tecnología es la forma más habitual de teletransporte.

Sin embargo, la plausibilidad no es la única razón para optar por una tecnología de teletransportación. En la saga de Star Trek (1966), por ejemplo, ésta era la forma habitual de tomar tierra en un planeta desconocido, ahorrándose los problemas de la reentrada en la atmósfera gracias a un pequeño aparato del tamaño de un teléfono móvil. Esta característica de la serie, que se ha convertido en uno de los distintivos de cierto tipo de Space Opera, surgió condicionada por el bajo presupuesto, pues con un pequeño efecto de luces y edición de fotogramas se ahorra un considerable costo en efectos especiales.

Para el viaje interestelar:

Además de para tomar tierra de forma económica, el teletransporte ha sido una forma de superar las distancias interestelares.

En estos casos suele ser frecuente que la tecnología en cuestión tome la forma de máquinas que generan una unión entre ellas; de esta forma, se entra por una de las máquinas en un punto del espacio y se sale de forma más o menos instantánea por la otra.

La justificación de este tipo de portales es la creación de un agujero de gusano entre las máquinas.

El ejemplo perfecto podría ser el de la saga de Stargate. En esta saga, hay portales (anillos de varios metros de diámetro) que permiten el paso directo e instantáneo de uno a otro. La saga comienza en la película de 1994 con el descubrimiento de uno de estos portales en una excavación arqueológica realizada en 1910 en el antiguo Egipto. De esta forma, la Tierra habría sido visitada en el pasado por una especie extraterrestre que habría dejado aquí uno de sus portales. La serie de televisión basa su argumento en la exploración de los mundos en los que existen estos portales.

El argumento de Stargate puede resultar similar a Pórtico (1977), de Frederik Pohl, si bien en este caso no cabría hablar de teletransporte ya que, si bien las naves de los haache pueden viajar de un lugar a otro de la galaxia a través de agujeros de gusano, estos viajes llevan semanas o meses, lo cual no corresponde a la idea de inmediatez que suele venir a la mente cuando se piensa en el teletransporte.

Un caso singular es el de Estación de tránsito, de Clifford D. Simak (1964). En esta novela son las consciencias de los viajeros las que se transportan a distancia, dejando un cuerpo sin vida en el punto de partida e integrándose en nuevo cuerpo en el punto de destino. Dado que las distancias máximas que es posible viajar son limitadas, son necesarias estaciones de tránsito (que dan nombre a la novela), y los viajeros van dejando tras de sí un rastro de cadáveres de sí mismos de estación en estación.

Con frecuencia, el hiperespacio ha sido también contemplado como una especie de teletransporte. Nos referimos al hiperespacio campbelliano, según el cual el espacio tridimensional podría ser doblado en una cuarta dimensión consiguiendo juntar dos puntos alejados, como al doblar una hoja de papel. Así, el cuerpo teletransportado en realidad lo único que hace es moverse a un punto adyacente, y el efecto observado en el espacio tridimensional es la desaparición del objeto en el punto de partida e inmediata aparición en el punto de destino, justo como si se hubiera teletransportado. Queda a gusto del autor denominarlo salto hiperespacial o salto de teletransporte.

Como poder:

El teletransporte aparece también como un poder (dicho sea de paso, con tanta plausibilidad como la tecnología de Star Trek).

La década de los años cincuenta fue el boom de las obras con protagonismo para este pretendido poder mental. Muchos autores se mostraban optimistas respecto a las posibilidades de desarrollo de la mente humana (aquel mito del 10% utilizado) quizás influenciados por los fraudulentos experimentos de J.B. Rhine y su libro Nuevas fronteras de la mente (1937).

Theodore Sturgeon recogía en Más que humano (1953) su hipótesis de que el ser humano pronto tendría que evolucionar a otro estadio. En su libro nos presenta un deprimente elenco de personajes inválidos como individuos, pero caracterizados por poseer poderes especiales que les permiten "engranar" en un ser suma de todos ellos, el homo gestalt. A modo de piernas, uno de estos mutantes, una chica, posee este poder, como una de las forma de interacción del homo gestalt con su entorno.

Menos extravagante en su imaginación de este siguiente estadio, Alfred Bester ya supuso que la simple habilidad de teletransportarse cambiaría a la sociedad (y al hombre con ella) de radical. Las estrellas mi destino (1956) habla del "Jaunteo", una referencia a Charles Hoy Fort, periodista de lo paranormal que acuño la palabra teletranporte. Jauntear vuelve los secretos casi imposibles de guardar, las lealtades a un país en una monserga sin sentido, envuelven muchos crímenes en al total impunidad. Así, es necesaria otra sociedad e incluso otra moral.

No muy diferente, en realidad, Fredric Brown había postulado gran parte de esto en su hilarante Marciano, vete a casa (1955). Sólo que en este caso, son los molestos marcianos los que “kwiman” allá donde les apetece, violan la intimidad de los humanos y revelan todos sus secretos con el único objetivo de molestar y divertirse. La sociedad tradicional se derrumba.

Claro está, que estos son dos ejemplos de qué sucedería si el teletransporte fuese una habilidad común, generalizada, si un cualquiera (humano con aviesas intenciones o marciano insufrible) se materializase en el momento que le apeteciese en tu salón, en tu cuarto de baño, en tu dormitorio o en el interior de la caja del banco.

Normalmente, obras enmarcadas más dentro del género de aventuras han supuesto que un sólo sujeto extraordinario era el beneficiario de tal poder. Las posibilidades entonces son muchas.

Por ejemplo, el teletranporte es uno de los variados poderes que van apareciendo en Akira (1982) de Katsuhiro Otomo. Si bien la telekinesis o la energía mental son más inquietantes al imaginar un enfrentamiento contra un ser enloquecido, el teletransporte aporta al encuentro la incertidumbre de la ubicuidad. El atacante puede aparecer en cualquier parte en cualquier momento.

Más amable es la visión ofrecida en Kimagure Orange Road (1984), re-titulada como Johnny y sus amigos en España, emitida como anime en 1987. Johnny es un adolescente con multitud de poderes psíquicos, pero con una ética familiar según la cual debe de evitar mostrarlos en público y, en la medida de lo posible, no utilizarlos. Sin embargo, ya hemos dicho que es un adolescente, así que se verá tentado por utilizarlos ocasionalmente, por ejemplo, para teletransportarse de casa al colegio cuando llega tarde.

En realidad, una premisa de partida muy similar a la novela de Steven Gould, Jumper (2007). Un adolescente con el poder de teletransportarse se beneficia personalmente sin hacer demasiado daño a nadie. Roba impunemente en tiendas caras y viaja por el mundo con solo desearlo.

Y es que, si hoy en día parece científicamente improbable que el ser humano desarrolle espontáneamente facultad tan liberadora, no por ello deja de ser un sueño deseable que hace volar la imaginación.