Visiones de presente

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Revisión de 10:20 6 nov 2007 por Venom (Discusión | contribuciones) (Años '60:)

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La ciencia ficción no es ajena al mundo en el que nace. Por su propia naturaleza trata temas propios de su tiempo y trata de imaginar futuros, sin más conocimientos que los de su propia época. De esta forma, la ciencia ficción no sólo nos aventura un futuro, sino que nos revela una parte de nuestro propio presente.

Ciencia ficción primitiva:

Desde el siglo XIX la ciencia y la tecnología trajeron un gran número de desarrollos: industria, medicina, transporte... El progreso parecía imparable y los niveles de bienestar y conocimeinto aumentaban con él.

Eran los tiempos de optimismo y los escritores imaginaron grandes ciudades, islas de población en un mundo virgen unidas por grandes ingenios voladores y autopistas de doce carriles para cada sentido. Un mundo que la General Motors reflejó en la exposición de Queens de 1939 en su atracción Futurama (atracción que dio nombre a la serie), el mundo de las revistas pulp...

Por supuesto, no faltaron quienes, como H.G. Wells a finales del siglo XIX, alertaron de los posibles peligros de una ciencia ajena a las decisiones morales. El mismo Frankenstein de Mary W. Shelley, la primera novela de ciencia ficción moderna, trata este tema.

Sin embargo, en general se trata de una ciencia ficción ingenua y optimista hasta la Segunda Guerra Mundial y el desengaño de ver a la ciencia diseñar armas capaces de comprometer el futuro mismo de la especie.

Tras la Segunda Guerra Mundial:

La Segunda Guerra Mundial trajo un nuevo punto de vista: los hombres tenían el poder de destruir el mundo y eran tan estúpidos como para utilizarlo. El conflicto dejó tras de sí una Europa arrasada, millones de muertos, el conocimiento de los horrores que el hombre era capaz de crear en los campos de exterminio y del potencial de destrucción que la bomba nuclear nos había proporcionado.

Tras la guerra el mundo quedó divido en dos potencias enfrentadas que se armaban para destruirse la una a la otra y que para ello reclutaban a los más brillantes científicos con fines militares oscuros, secretos y, por supuesto, peligrosos.

El género no podía permanecer ajeno a todo esto, perdió parte de su ingenuidad y se volvió más maduro. Es el tiempo de los grandes clásicos: 1984 (George Orwell, 1949), El día de los trífidos (John Wyndham, 1951), Fahrenheit 451 (Ray Bradbury, 1953), El hombre demolido (Alfred Bester' 1953), ¡Tigre! ¡Tigre! (Alfred Bester, 1956), Brigadas del espacio (Robert A. Heinlein, 1959)...

Se trata de libros en alejados de las utopias y aventuras de las décadas anteriores. Los nuevos protagonistas son complejos, los héroes no existen (no al menos en el sentido clásico) y a menudo las decisiones tomadas son perjudiciales para los demás, son decisiones de hombres y mujeres reales que tratan de sobrevivir en un mundo hostil o que tratan de imponer sus deseos al bien de los demás.

Años '60:

Tras dos décadas de guerra fría las potencias parecían estancadas; su potencial nuclear aumentaban día a día sin que sus dirigentes se decidieran a apretar el botón.

La guerra fría alimentó innumerables cuentos y todo tipo de escenarios apocalípticos con la bomba atómica como protagonista, escenarios sobre los que los autores nos advirtieron en obras como Cántico por Leibowitz (Walter M. Miller, 1960), El planeta de los simios (Franklin J. Schaffner, 1968), Un chico y su perro (Harlan Ellison, 1969)...

Pero ocurre algo más. En estos tiempos la sociedad experimenta un cambio. Hartos de esperar el fin del mundo muchos deciden abrazar nuevas formas de misticismo.

La ciencia ficción refleja esto en obras como Dune (Frank Herbert, 1965) o La mano izquierda de la oscuridad ([[Ursula K. Le Guin, 1969), pero hay más, por supuesto. Esta nueva ola de ciencia ficción vaticina desatres ecológicos o económicos como Un mundo devastado (Brian W. Aldiss, 1965) o Todos sobre Zanzíbar (John Brunner', 1968). Es una ciencia ficción que se está preparando para la distopía definitiva...

Años '80:

Con el comienzo de los años '80 el mundo tiene su rumbo marcado: la sociedades urbanas aglomeran a la mayor parte de la población, trabajadores de todos los estamentos ajenos a cuanto les rodea, empeñados en hacer dinero y en disfrutar de sus pequeñas burbujas de placer electrónica; y es que no en vano es la época en la que los canales de televisión s emultiplican, la alta fidelidad invade los hogares y los ordenadores se popularizan.

Fiel reflejo de todo esto es el ciberpunk, el subgénero más popular e influyente, una horrorosa advertencia que tiene sus más altos exponentes en Blade runner (Ridley Scott, 1982) y Neuromante (William Gibson, 1984); un movimiento de vida breve pero intensa que ha dejado unas huellas que perduran aún hoy en día.