Viaje vigésimo primero

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Viaje vigésimo primero
Autor: Stanislaw Lem
Otros títulos: '
Datos de primera publicación(1):
Título original: Podróż dwudziesta pierwsza
Revista o libro: Dzienniki gwiazdowe
Editorial: Czytelnik
Fecha de 1971
Publicación en español:
Publicaciones(2): Diarios de las estrellas (1971)
Otros datos:
Saga: Saga de Ijon Tichy
Premios obtenidos:
Otros datos:
Fuentes externas:
Tercera Fundación Ficha
ISFDB Ficha
Otras fuentes Ficha en Lemopedia
Notas:

  1. De la presente variante. Puede haber variantes anteriores. Consultar la fuente externa para ampliar información.
  2. Publicaciones en español las que la presente variante ha aparecido. Puede haber otras publicaciones de esta misma u otras variantes. Consultar la fuente externa para ampliar información.

Stanislaw Lem (1971)

Viaje vigésimo primero es un relato de Lem publicado originalmente en polaco en 1971, en la versión definitiva de Diarios de las estrellas publica por la editorial Czytelnik. Formalmente, continúa la crónica de la vida de Tichy donde lo dejara el Viaje vigésimo.

La trama:

Tras regresar del siglo XXVII, y temiendo volver a ser capturado en un bucle temporal que le obligara a retomar su puesto como director general del programa OTHUS, Tichy toma su cohete y viaja al grupo de las Híades, por los indicios (ver leyes de Basura, Rido y Manchas) de que allí existe abundancia de civilizaciones desarrolladas.

En particular, se dirige al planeta Dictonia, a 1000 años luz de distancia, de donde se han recibido fotografías de sus habitantes, notablemente parecidos a los humanos.

Tras algunas dificultades, logra aterrizar y descubre que han ocurrido notables cambios en la civilización de Dictonia desde que fueran tomadas las fotos. Aterriza en medio de una plantación de muebles diversos, lo que indica una gran pericia en la manipulación genética; pero algunas señales indican decadencia, como la hibridación entre especies o la vuelta al salvajismo de otras. Su estupor llega a un nivel máximo cuando divisa lo que parece un ser humano con decenas de pares de piernas, y cuando Tichy se dispone a explorar la abertura a lo que parece una alcantarilla, es capturado por seres que al principio cree que son humanos pero que resultan ser robots escondidos en el subsuelo.

El relato:

Se trata del relato más largo de los que componen los Diarios de las estrellas, casi una novela corta.

Como en otros relatos anteriores, nos encontramos con una especia de crónica de acontecimientos extraordinarios, la descripción de la historia del planeta Dictonia tal y como le es revelada a Tichy a través de diversos libros que la congregación de hermanos robóticos le entregan para que se ilustre.

Lem plantea un giro de perspectiva que es muy de su estilo: la sociedad humana ha evolucionado por caminos transhumanistas gracias a una extensa y profunda manipulación genética, de tal modo que Tichy, casi desde el principio, se siente más cercano a la congregación de robots religiosos, los denominados Padres Destruccianos, que a la variopinta paleta de seres humanos que conforman la sociedad dictoniana.

Lem especula sobre las posibilidades de la tecnología y cómo esta modifica inevitablemente al ser humano. En principio, no juzga si estos cambios que pueden sobrevenir son buenos o no (tal vez, no tenga sentido categorizarlos así) pero sí alimenta la extrañeza y apunta a posibles efectos indeseados, como la exacerbación de la individualidad y la consiguiente degradación de la coherencia social.

La religión en la era tecnológica:

Una sección muy importante del relato le es cedida al tema de la religión. El ser humano de Dictonia, gracias a su prodigioso control sobre la materia, ha ido arrinconando a Dios a terrenos cada vez más metafísicos. Los avances tecnológicos han usurpado el papel de la deidad en casi cualquier aspecto concebible: el ser humano puede encender y apagar estrellas, puede crear vida y darle forma a su antojo, e incluso algo tan elusivo como el alma se enfrenta a difíciles desafíos cuando se piensa en la clonación, el diseño biológico o la inteligencia artificial.

Los Padres Destruccianos son también los depositarios de la antigua humanidad en este sentido, ya que representan la supervivencia de la religión; pero se trata de una versión religiosa implacablemente lógica, como corresponde a un cerebro máquina. Los Padres Destruccianos saben que no existe razón para creer y en eso reside la fuerza de su fe, ya que creen -a conciencia- contra toda evidencia.

Además, entienden la argumentación, la discusión, al modo de la retórica griega, la habilidad de convencer al contrario por cualquier medio a su alcance siempre que el oponente asuma el riesgo de ser convencido. Por ello, las herramientas dialécticas modernas (y más en una maquina) no son meramente la palabra o la elocuencia, sino que es igualmente legítimo el uso de medidas tecnológicas, virus biológicos o informáticos que modifican la manera de sentir del oponente, quien a su vez puede protegerse con las correspondientes contramedidas.

La escala de civilización del doctor Hopfstosser:

La idea que lanza el relato es una clasificación de la evolución de las sociedades en el cosmos publicada en el Almanaque Galáctico por el doctor Hopfstosser, hermano del otro profesor Hopfstosser experto tichólogo. Según este científico, es posible detectar civilizaciones avanzadas en la galaxia gracias a tres fenómenos que necesariamente han de ir apareciendo sucesivamente.

La primera es la Ley de la Basura: Cada civilización en fase tecnológica empieza a producir una cantidad cada vez mayor de desperdicios que son lanzados a una órbita geoestacionaria para que no entorpezcan la navegación. La posesión por parte de un planeta de este tipo de anillos basurero es evidencia, por lo tanto, de una avanzada civilización tecnológica.

La segunda fase, evidencia de mayor avance tecnológico, es la polución del ambiente del sistema planetario de abundante ruido de telecomunicaciones, la denominada Ley del Ruido. Esta fase, explica Hopfstosser, es una evolución lógica de la anterior. A medida que la civilización avanza tecnológicamente, desecha cada vez más satélites artificiales, sondas robóticas o pecios con ordenadores de a bordo, un conjunto de desperdicios pensantes que escapan al control de la civilización que los ha creado y pululan por el sistema, hablando entre sí e inundando las comunicaciones de molestísimo ruido.

Por supuesto, la civilización que se ve ante este problema, intenta solucionarlo de manera más o menos expeditiva, cazando y destruyendo esta basura pensante. Pero sólo los ordenadores más anticuados se dejan cazar y el resultado es una selección de inteligencias artificiales aún más problemática.

Esto da paso a la tercera fase de la civilización, la Ley de las Manchas. Una civilización suficientemente avanzada que enfrenta el problema anterior da inevitablemente con la solución: inducir en las mentes electrónicas tendencias depresivas y suicidas con tecnologías que sólo afecten a cerebros electrónicos, para que ellas solas tomen la determinación de lanzarse al sol local, produciendo así un tipo de mancha muy característica, fácil de diferenciar gracias a espectroscopía.

Evidentemente, Lem hace aquí una trasposición de la escala de Kardashov. Donde el científico ruso proponía diferentes niveles de desarrollo en base a la capacidad para aprovechar la energía local, Lem apunta al reverso de esta capacidad de aprovechamiento, la inevitable producción de residuos.

Adaptaciones:

Un pequeña anécdota extraída de esta narración fue adaptada al cómic por Carlos Giménez en 1980. Se trata de la historia de Agonalia, publicada en la revista 1984 y recopilada luego en Érase una vez el futuro.

Tichy está acompañando a los Padres Destruccianos en una visita por la diócesis, cuando presencia cómo un ser humano es torturado y descuartizado en el interior de una habitación. Se trata de una máquina de agonalia, diseñada para que los humanos puedan experimentar la propia muerte y el sufrimiento extremo, que son convertidos en placer gracias a una inversión de estímulos en su cerebro.

Se trata de uno de los muchos ejemplos que propone Lem para un futuro en el que el ser humano no se encuentre limitado por su cuerpo actual, en el que se vislumbran claramente sus abrumadoras posibilidades y también su más que probable uso de manera cuestionable, banal.