Armas químicas

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Definición y clasificación:

Las armas químicas son armas que utilizan las propiedades tóxicas de sustancias químicas para matar, herir o incapacitar al enemigo.

Según la Convención sobre Armas Químicas de 1993, se considera arma química a cualquier sustancia química tóxica, sin importar su origen. Están divididas en tres grupos según su objetivo y tratamiento:

En el grupo 1 se encuentran aquellas sustancias que no tienen ningún uso legítimo como los agentes nerviosos o el gas mostaza. Su producción y almacenamiento está prohibido o restringido bajo supuestos muy específicos.

El grupo 2 se catalogan los compuestos que no tienen uso industrial, pero sí en pequeñas cantidades. Muchas veces son sustancias moderadamente nocivas, pero que son precursoras de otras pertenecientes al grupo 1, como el dimetil metilfosfonato, precursor del sarin.

En el grupo 3 se agrupan sustancias que sí que tienen usos industriales, como el fosgeno.

Evolución histórica:

Contrariamente a lo que pudiera presumirse, las armas químicas son casi tan antiguas como la más rudimentaria cachiporra. Los cazadores recolectores del sur de África a finales de la Edad de Piedra utilizaban venenos naturales impregnados en sus proyectiles; pero antes incluso que este sofisticado procedimiento se tiene asumido el uso de humo como asfixiante para hacer salir a las presas de cuevas y madrigueras.

Antiguos escritos chinos que datan en torno al año 1000 A.C. contienen cientos de recetas para producir humos tóxicos o irritantes para usarlos durante la guerra, así como numerosos registros de su uso

Pero no es hasta 1914 cuando un país, Francia, utiliza este tipo de arma producido de forma no artesanal (bromuro de xililo) durante una contienda, la Primera Guerra Mundial. Si bien se trataba de un gas lacrimógeno, la escalada de agresiones hizo que en 1915 Alemania utilizara masivamente el cloro como gas venenoso. Esta primera gran guerra química dejó un saldo de más de un millón de heridos y más de 80.000 muertos por causa de los gases.

Si hasta entonces las armas químicas habían sido vistas como un recurso más o menos ingenioso que permitía hostigar al enemigo, su perfeccionamiento durante la contienda europea dejó en el inconsciente colectivo una impresión de repugnancia visceral a este tipo de armas.

Eso, por supuesto, no impidió que se siguieran utilizando en el periodo colonialista de entre guerras como armas baratas contra los pueblos bárbaros, uso que el mismo Churchil veía como legítimo.

La Segunda Guerra Mundial proporcionó pocos ejemplos del uso de armas químicas, con excepciones tan detestables como la de Japón utilizando gas mostaza contra China. Durante la guerra fría, esta tecnología se siguió mejorando, desarrollando agentes nocivos y modos de propagación más efectivos y letales, así como mejores medios de detección y protección.

Finalmente, en 1993 se firmó el Tratado sobre Armas Químicas. Desde entonces se ha endurecido el control a su producción y almacenamiento, quedando como temor residente el de la amenaza terrorista, temor a veces materializado, como fue el caso del ataque con gas sarín en el metro de Tokio el 20 de marzo de 1995 que dejó 12 muertos y 5000 heridos.

Armas químicas en la ciencia ficción:

De alcance masivo:

Probablemente uno de los primeros ejemplo de armas químicas en la ciencia ficción sea el humo negro que los invasores de Marte emplearon en La guerra de los mundos de H.G. Wells, libro escrito en 1898, antes de la proliferación de este tipo de armas en la Primera Guerra Mundial. Por la descripción del protagonista, este humo no parece ser tanto un gas como partículas en suspensión más pesadas que el aire, ya que se movía a ras de suelo invadiendo las calles y, al final, se posaba sobre el suelo como un polvo negro ya inerte. Este humo negro provocaba la muerte de quien lo respiraba, y el protagonista describe calles enteras sucias de polvo negro y repletas de cadáveres.

Los gases venenosos de la Gran Guerra influenciaron a obras posteriores, antes del tratado contra armas químicas. El uso militar del gas tiene un gran protagonismo en La vida futura (1936) donde encontramos ejemplos de gas letal y gas no letal. Los gobiernos utilizan gas letal como arma de destrucción masiva, e incluso un arma biológica, "la enfermedad errante", todo lo cual lleva al desmoronamiento de la civilización. Cuando los aviadores comienzan a reconstruir una sociedad bajo ideales pacifistas y racionales, utilizarán también el gas como arma de sometimiento, pero esta vez será un gas adormecedor.

Stanislav Lem imaginó el uso de sustancias psicoactivas como revolucionarias armas masivas en su novela corta Congreso de futurología (1971). Así, en un futuro cercano se habrían desarrollado sustancias que inducirían en el enemigo una irrefrenable necesidad de hacer el bien, o que despertarían sus remordimientos ante la violencia, haciendo teóricamente sencilla su sumisión.

De uso individual:

El uso de gas como arma personal también ha sido muy extendido en ciertos tipos de ciencia ficción. En la Space Opera es frecuente que el malvado villano alienígena capture al héroe mediante el uso de gases adormecedores. Esto permite crear una situación de tensión, de derrota temporal, ya que el héroe conseguirá escapar, sin duda.

Aparte de para capturar (en vez de matar) a héroes molestos, estos mismos héroes suelen hacer un alegre uso de las propiedades narcóticas de sus gases preferidos para dejar fuera de combate a damiselas protestotas, como hace Batman en la película de Tim Burton. Se trata de productos muy sofisticados que actúan con inmediatez y carecen por completo de efectos secundarios. Ninguna heroína se ha quedado medio dormida, ni mucho menos ha muerto, como sucede en al vida real, ahí tenemos el ejemplo de la intervención del ejército ruso en la liberación de rehenes en un teatro, hace no mucho tiempo. Irse de la mano con este tipo de sustancias puede significar un apreciable número de bajas, pero no gasear lo suficiente puede ocasionar molestos problemas con amigos o enemigos medio narcotizados mostrando comportamientos erráticos.

A los enemigos del "señor de la noche" le gustan también las armas químicas y ejercitan su uso de forma creativa. Tenemos el ejemplo del Joker interpretado por Jack Nicholson que escondía el mortal gas de la risa en coloridos globos gigantes en la película ya mencionada, y también, en Batman Begins, el gas psicotrópico del Espantapájaros, capaz de hacer enloquecer (literalmente) a sujetos sobreexpuestos.

Claro que no siempre la mejor opción es dormir o drogar a tu adversario, a veces sólo vas a tener una oportunidad y lo mejor es tratar de acabar con él de una vez. Es el caso del malogrado duque Leto Atreides, en Dune. Capturado (mediante el oportuno gas adormecedor) tendrá una entrevista con su archienemigo el barón Arponen; pero el traidor que lo ha entregado también le ha proporcionado la venganza a modo de compensación: un diente falso que al ser mordido expelerá un gas letal. Lamentablemente, el atentado fracasa, Harkonen se libra por los pelos y quien muere es tan sólo su pervertido mentat.

Terrorismo:

Existe todo un género dedicado a este tipo de amenaza, pero poco o nada suele tener que ver con la ciencia ficción. Aún así, obras remarcables, sobre todo dentro del ciberpunk y la distopía, ilustran el uso terrorista de armas químicas. Por ejemplo, en la película V de vendetta se menciona un atentado en un colegio y la contaminación de depósitos de agua potable. Estos atentados producen el pánico en la población que reclama un gobierno fuerte y así ceden libertad a favor de seguridad. Pero, ¿y si el atentado hubiera sido pergeñado por el propio gobierno para propiciar la situación?

En definitiva, la ciencia ficción no se ha centrado en desarrollar nuevos e ingeniosos modos de matar a través de la química, sino que se ha dedicado a explorar las consecuencias de su uso, a veces con fines simplemente recreativos y otras con mayor profundidad.


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