Armas biológicas

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Un arma biológica es cualquier patógeno (bacteria, virus u otro organismo que cause enfermedades) utilizado como arma de guerra.

La definición anterior merece señalar algunos matices. Por una parte, aunque algunas toxinas pueden ser producidas por seres vivos (p.e. la toxina botulímica), no son consideradas armas biológicas sino químicas. Por otra, aunque a menudo se confundan, no todo virus ensayado en laboratorio es un arma biológica (p.e., el virus de 28 días después (Danny Boyle, 2002) no estaba siendo investigado como arma) ni lo es todo virus implicado en una guerra (p.e. las enfermedades que ponen fin a la invasión extraterrestre de La guerra de los mundos (H.G. Wells, 1998) no son un arma ya que no son producidas ni esparcidas de forma voluntaria).

Las armas biológicas en el mundo real:

A diferencia de las armas químicas, que fueron profusamente empleadas en conflictos armados como la Primera Guerra Mundial (p.e. el gas mostaza), la guerra de Vietnam (p.e. el "agente naranja", un exfoliante) o como elemento represor por dictadores (p.e. Saddam Hussein contra los kurdos) o como elemento antidisturbios por los cuerpos de seguridad de muchos estados (p.e. los gases lacrimógenos empleados contra manifestantes), las armas biológicas no han tenido un uso tan habitual en la historia presente.

Por el contrario, fueron ampliamente usadas en épocas anteriores al desarrollo de la química como ciencia, empleándose cadáveres en descomposición como proyectil para ser arrojado al interior de los recintos defensivos asediados con el fin de propagar enfermedades, especialmente cadáveres de fallecidos por enfermedades contagiosas.

La preferencia moderna por las armas químicas es debida a la posibilidad de ser obtenidas en procesos industriales fácilmente controlables (a diferencia de los cultivos), a su mayor rapidez de acción (a diferencia de las armas biológicas, no hay que esperar a que la enfermedad se propague ni tienen periodos de incubación) y a que, una vez finalizado el ataque, se dispersan sin dejar un foco que pueda infectar al ejército invasor.

Las armas biológicas en la ciencia ficción:

La ciencia ficción ha especulado a menudo con las consecuencias del uso de armas biológicas, si bien la dispersión del agente biológico no siempre es debida a un acto deliberado de guerra, sino a la fuga de un virus letal escapado de un laboratorio, como en 12 monos (Terry Guilliam, 1995) o Estallido (Wolfgang Petersen, 1995). No es inhabitual que estos escenarios (tanto la fuga del agente biológico de un laboratorio como una guerra bacteriológica) deriven en alguna forma de apocalipsis biológico.

Además de los agentes víricos y bacterianos antes mencionados, la ciencia ficción ha llegado a proponer un tercer tipo de agente: las denominadas razas de guerra, habitualmente, animales de gran agresividad y rápido ciclo reproductivo diseñados mediante ingeniería genética para atacar al enemigo y exterminarlo. Este es el caso del xenomorfo de Alien, el octavo pasajero (Ridley Scott, 1979), que en otras películas de la saga es contemplado como un arma táctica, o la hembra semialienígena de Species (Roger Donaldson, 1995). Ideas muy similares baraja Juan Miguel Aguilera en la saga de Némesis, donde una inteligencia de más allá del sistema solar ataca la Tierra primero con potentes armas de antimateria y luego, para rematar el ataque, con seres semiinteligentes encargados de una exterminación cuerpo a cuerpo.

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