Ciencia ficción española

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Es innegable que la ciencia ficción no ha tenido en España la implantación que ha tenido en los países anglosajones, pero esto tampoco quiere decir que no haya habido dentro de la ciencia ficción española obras o autores dignos de ser tenidos en cuenta.

Hay que hacer notar que la producción de ciencia ficción en España se encuentra muy condicionada por la particular historia del país, que tras una guerra civil tuvo el bochornoso honor de vivir bajo una dictadura de cuarenta años en la Europa del siglo XX.

Literatura:

Orígenes (s. XIX y anteriores):

La Literatura de ciencia ficción en España cuanta, como otras literaturas, con algunos ejemplos en fechas tan tempranas como el s. XVIII, como Parábola sobre la religión y la política entre los selenitas (Abate Marchena, 1787), Aventura magna del Bachiller (Pedro Gatell, 1790) o Viaje fantástico del gran Picástor de Salamanca ((Diego Torres, 1724), obras que se valen del pretexto de un viaje imaginario para ensalzar virtues o criticar defectos de la época, como haría Swift en Los viajes de Gulliver.

El género evolucionaría en la segunda mitad del s. XIX siguiendo los pasos de H.G. Wells o Julio Verne. En este sentido, ciencia ficción moderna española es más tardía que en el mundo anglosajón o en el resto de Europa, cuyos pasos seguía. En este sentido, la ciencia ficción española pretendía también servir de vehículo para la divulgación científica, imitando los esquemas de su modelo europeo, sería lo que se conocería como "novela científica", que tuvo su tiempo en la época positivista que va de 1868 a 1998 en la que el futuro era visto con optimismo. De esta época son las obras escritas por autores de renombre como Azorín, Pío Baroja o Unamuno o el grupo de "los chicos de Londres" ("London boys"), periodistas corresponsales en la capital británica que llegaron a mantener contacto con autores como H.G. Wells; pero estas serían rarezas excepcionales. Entre esta ciencia ficción de sabor anglosajón, cabe destacar por discordante El anacronópete, de Enrique Gaspar, publicado en 1887. Pese a su escasa calidad es una de las primeras historias publicadas de viajes temporales (si no la primera).

Comienzos del s. XX:

El desastre del '98 cambió el punto de vista positivo de la literatura española y, en consecuencia, el cambio de siglo trajo una nueva forma de ver el género.

Uno de los primeros autores de ciencia ficción española (entendiendo como "autor de ciencia ficción" aquel que tiene una producción abundante y continuada dentro del género) fue José de Elola, más conocido por su pseudónimo Coronel Ignotus. Comienza a escribir en 1918 y deja de hacerlo en 1922. Sus argumentos carecían de interés y a menudo la historia era interrumpida por explicaciones pseudocientíficas que el autor parecía creer ciertas pero, al menos, se le reconoce como el pionero del género en este país. Tras José de Elola el principal autor sería Jesús de Aragón, que escribiría bajo los pseudónimos de Capitán Sirius y J. de Nogara. Su literatura era muy superior a la de Elola, si bien su enfoque era más semejante al de Julio Verne (autor con el que se le ha comparado muy a menudo).

Tras estos dos tímidos intentos, la ciencia ficción española se mantuvo en silencio durante casi veinte años. Durante esta pausa los españoles se dedicaron a matarse entre sí durante la Guerra Civil y a recuperarse de ello bajo la firme tutela de una dictadura.

Pulp en España (años de postguerra):

La España del periodo de posguerra no era el lugar más adecuado para que germinaran las publicaciones con ideas novedosas venidas del extranjero. Pese a esto llegó a publicarse alguna revista pulp aunque, obviamente, con mucho menos éxito que en Estados Unidos. Entre estas revistas cabe destacar la revista Futuro, que publicó 34 números entre los años 1953 y 1954.

Hubo también novelas pulp, las llamadas "novelas de a duro" y los "bolsilibros". Se trataba de novelas baratas, de un formato algo menor que el de los libros normales, publicadas con cierta periodicidad, dirigidas a un público juvenil o de escasa cultura y, generalmente, de una calidad mediocre. Se trataría de una literatura "de editor", es decir: sería el editor quien definiría el argumento de la historia diseñado específicamente para adecuarse a los gustos de su público objetivo y los autores escribirían de forma mercenaria hasta completar el número de palabras acordadas, por lo que son habituales los diálogos que se alargan para cumplir ese cupo. La desvinculación de los autores era tal que los pseudónimos les eran impuestos, y no sólo un autor podía escribir bajo distintos pseudónimos, sino que un mismo pseudónimo podía ocultar distintos autores. Estas novelas suponían un gueto cultural: los autores "serios" no publicaban en este tipo de libros y quienes sí lo hicieron rara vez consiguieron salir de este tipo de publicaciones. Su temática podía ser variada: novelas policiacas, westerns y, por supuesto, ciencia ficción.

Pese a todo, hay algunos autores de calidad, como Tomás Salvador, autor de la novela La nave (1959), cuya trama tiene lugar en una nave generacional o la saga de relatos de Marsuf, un desastrado viajero espacial de carácter casi mítico, José Mallorquí, quien fuera director de la ya mencionada revista Futuro, o Pascual Enguídanos, autor de la saga de los Aznar, publicada en la colección Luchadores del espacio.

En 1968 comienza a publicarse la revista Nueva dimensión, dirigida por Domingo Santos, de gran influencia al editar en España obras de origen anglosajón que permitieron conocer a los autores locales qué se estaba haciendo en otros países.

Los años '70 y '80 (finales del franquismo y transición):

El éxito de los bolsilibros anima a editoriales a publicar colecciones que traducirían obras de autores extranjeros, principalmente anglosajones, lo que permitiría dar a conocer a los lectores españoles lo que se hacía en otros países. Entre estas estarían la ya mencionada Nueva dimensión, pero también la colección Nebulae de Edhasa, la ya mencionada revista Nueva dimensión o las antologías de editoriales como Minotauro, Acervo o Bruguera. Así se popularizaron autores como Isaac Asimov, Robert A. Heinlein, Ray Bradbury, Cliford D. Shimak o Philip K. Dick.

En lo concerniente a la producción nacional, tres personas son fundamentales para comprender y ejemplificar los grandes cambios cualitativos de la ciencia ficción española de este periodo: Ángel Torres Quesada, Gabriel Bermúdez Castillo y, sobre todo Domingo Santos.

El primero, Torres Quesada, era un autor profesionalmente formado en la escritura de las aventuras intrascendentes de las novelas de a duro, y que en esta etapa da un salto a una literatura de mayor alcance, sin perder por ello el gusto por la narración de aventuras. De manera similar, Bermúdez Castillo irrumpe a principios de la década con una serie de obras más comprometidas que sus predecesores, con temas centrados en la crítica al consumismo y la censura. Viaje a un planeta wu-wei (1976), por ejemplo, es una novela que narra el viaje de un hombre de los mundos civilizados a un planeta aparentemente salvaje, pero cuyos habitantes, en realidad, han conseguido una armonía entre naturaleza y progreso.

Domingo Santos, por su parte, como autor, publicaría Gabriel en 1975, otra novela con aura mítica en España, en la que un robot reflexiona sobre el ser humano. Pero es su trabajo como editor aún más importante, tanto desde dentro de la editorial Acervo, donde escogía novelas españolas de ciencia ficción para publicar, como al frente de la revista Nueva dimensión, desde la cual proporcionaría un escaparate para los nuevos autores que estaban surgiendo. Fundada en 1968 y cerrada en 1982, en Nueva dimensión publicaron autores ya clásicos como Ángel Torres Quesada, así como autores mucho más modernos como Juan Miguel Aguilera, Rafael Marín, Javier Redal o Elia Barceló, futuros artífices del definitivo cambio de calidad que los pioneros como Bermúdez, Torres y Santos iniciaron en la década de 1970.

Por su parte, la Editorial Minotauro tendría gran importancia en esta época, no sólo por el plantel de autores anglosajones que publicaría (Brian W. Aldiss, J.G. Ballard, Alfred Bester, Ray Bradbury, Ursula K. Le Guin...), sino especialmente por su política de mantener las obras siempre en catálogo. Así, aunque no se puede destacar su publicación de autores nacionales, sus obras darían a conocer el género y a los escritores españoles, lo que marcaría fuertemente la temática y calidad literaria de sus obras.

Después de Nueva Dimensión:

A pesar de lo que pueda dar a entender el cierre de Nueva dimensión, en los años '80 y '90 hubo un aumento de la producción de ciencia ficción con toda una serie de nuevos autores como Javier Negrete, Julio Septién, Jordi Sierra i Fabra, Rodolfo Martínez, José Antonio Cotrina o Daniel Mares entre muchos otros. Cabe destacar en esta época la colección Nova ciencia ficción, editada desde 1985 por Ediciones B y dirigida por Miquel Barceló, cuyo gusto y selección dejaría su marca en el género. Otras publicaciones interesantes serían los fanzines y revistas Gigamesh. BEM y Artifex, comenzados a publicar en 1985, 1990 y 1997, respectivamente.

En 1991, se funda la Asociación Española de Fantasía y Ciencia Ficción (AEFCF), que sería clausurada en 2004 para renacer convertida en la Asociación Española de Fantasía, Ciencia Ficción y Terror, (AEFCFT), siendo su primer acto oficial la entrega del premio Ignotus a Agustín Jaureguizar. También en 1991 se funda, por iniciativa de Miquel Barceló, el premio UPC de ciencia ficción, concedido por la Universidad Politécnica de Cataluña, y se reeditan las hispacones, convenciones de ciencia ficción que habían permanecido en letargo desde 1980 y que resurgirían trayendo como invitados de honor a reconocidos autores internacionales.

Desde entonces, la ciencia ficción ha ido ganando adeptos sin conseguir, sin embargo, dejar de ser considerada un género menor (si bien esto es algo que ocurre también en los países en los que está más reconocida). Por otra parte, los nuevos autores, lejos de especializarse en ciencia ficción como han hecho los autores estadounidenses, han alternado este género con la fantasía y la literatura juvenil, géneros de mucha mayor aceptación entre los editores.

Comienzos del s. XXI:

El s. XXI trajo consigo una notable evolución del género, por la aparición de pequeñas editoriales más abiertas a experimentar con el género (e, incluso, hibridarlo con la fantasía), nuevos autores y nuevos medios, como podría ser Internet.

Entre esta nueva hornada se podría destacar a autores como Jorge Carrión, Francisco Javier Pérez o Óscar Gual, pero si algo hay que señalar es la aparición de toda una nueva generación de autoras como Susana Vallejo, Lola Robles, Sofía Rhei, o Cristina Jurado (amén del retorno al género de Rosa Montero o Elia Barceló).

La misma temática del género ha evolucionado. De la ambientación espacial de Juan Miguel Aguilera y Javier Redal o el ciberpunk de Rodolfo Martínez se ha pasado a historias ambientadas en un escenario más cercano (aunque sea en clave de apocalipsis, como en Un minuto antes de la oscuridad, de Ismael Martínez Biurrun -2014-) en los que se critican circunstancias y situaciones de la política española, a menudo muy relacionadas con el desencanto político tras el fenómenos del 15M. Son también frecuentes las obras que exploran los límites del género, tanto acercándolo a la fantasía como en un juego de referencias pop que pretenden dignificar igualándolas a otras de cultura más tradicional.

La Era de Internet:

El auge de Internet y sus posibilidades al abaratar costos y eliminar intermediarios entre el productor de contenidos y el usuario, ha abierto nuevos caminos para la publicación, no sólo de obras literarias (e incluso audiovisuales) sino también en la creación de plataformas de difusión de opiniones, críticas y aspectos de la cultura relacionados con la ciencia ficción.

Durante la primera década del siglo XXI, la mayoría de los fanzines y revistas supervivientes dieron el paso a la publicación electrónica (BEM on line, por ejemplo), como mejor medio para sobrevivir en el mercado, y actualmente ha demostrado ser el medio más adecuado para unos contenidos que son generados en su mayoría por amantes del género, aunque existan magníficos ejemplos de profesionalidad y rigor como la revista Artifex o Hélice.

Un poco más de tiempo tardó en cuajar la autopublicación y la "impresión bajo demanda", que permite imprimir un número reducido de ejemplares (incluso uno sólo) cuando se piden, lo que elimina la necesidad de tener stocks. Hay diversas editoriales de impresión bajo demanda, tales como la española Bubok o la norteamericana Lulu. Esto permite a los escritores autopublicarse a bajo coste y sin riesgo económico, con el notable inconveniente que supone para el lector naufragar en un mar de obras mediocres que no han pasado ningún filtro editorial.

Mientras que los dos ejemplos anteriores (revistas y libros electrónicos) son adaptaciones de fenómenos que ya existían, el surgimiento de la internet 2.0 ha favorecido el surgimiento de otros fenómenos que se han hecho característicos del fandom, como las wikis o enciclopedias colaborativas, y los blogs, bien sean personales de autores o sociales de grupos de usuarios. Estos fenómenos han favorecido una evolución del fandom, que evoluciona hacia un fuerte activismo a través de internet y cada vez es menos un fenómenos ultraespecializado coordinado a través de publicaciones irregulares y de baja tirada.

Cine y televisión:

Si la literatura de ciencia ficción no ha sido un género favorecido en España, los medios audiovisuales han corrido peor suerte por un motivo bien obvio: los costes de producción. Si una obra literaria puede ser escrita sin más coste que el del papel y tinta empleados, y publicada por editoriales con un riesgo asumible en los costes de impresión y distribución, no ocurre lo mismo con la producción de un programa televisivo o de una película, por lo que el riesgo debe ser muy calculado y un fracaso inicial puede disuadir a los pocos capaces de afrontar el riesgo de hacerlo. Esto ha sido buena parte de la historia del cine y televisión de ciencia ficción en España.

Antes de los años '60:

Decir que no hubo cine de ciencia ficción en España antes de los años '60 sería faltar a la realidad... pero por muy poco. Hay algunas obras tempranas a principios del s. XX, como El hotel eléctrico, (1908), El viaje a Júpiter y El ladrón invisible (ambas de 1909) o Madrid en el año 2000 (1925), las dos primeras de Segundo de Chomón y la última de Manuel Noriega. Pero las obras de Chomón eran poco más que trucajes, muy al estilo de las obras de Melies, y Madrid en el año 2000 (perdida) fue un rotundo fracaso de público y crítica.

Tras la guerra civil no hubo mejora notable. Cabe mencionar Tres eran tres (Eduardo García Maroto, 1954) y Las tres vidas del capitán Contreras (Rafael Gil, 1955), pero la primera es un conunto de tres cortos paródicos del que sólo el primero es parodia de una obra de ciencia ficción (Frankenstein) y la segunda roza de forma muy tangencial el género, pues contiene viajes temporales, pero sin ninguna intención por parte del autor de crear una obra de ciencia ficción.

A partir de los años '60 (cine):

En 1962 José María García Escudero accedió a la dirección de la Dirección General de Cinematografía y Teatro. El régimen había entendido que el cine podía ser una herramienta de promoción de cara al exterior, por lo que las películas de "Interés especial" podían llegar a recibir subvenciones de hasta el cincuenta por ciento del coste de producción, algo muy atractivo que hacía accesible a la industria nacional un género de costes de producción elevados. Estas subvenciones atrajeron también a España a otras productoras que trabajarían en colaboración con las españolas en obras de coproducción.

En este contexto tenemos obras como La hora incógnita (Mariano Ozores, 1963), que narra la evacuación de una ciudad debida a un inminente apocalipsis nuclear por un lanzamiento fallido de un cohete, la coproducción España-Francia Gritos en la noche (Jesús Franco, 1961), que daría inicio a la saga del dr. Orloff, un médico que, con el fin de recuperar el rostro desfigurado de su hija, comete asesinatos para obtener piel que trasplantar o la coproducción Italia-España Terror en el espacio (Mario Brava, 1965), si bien esta última es más italiana que española. Hubo, pues, en España una proliferación de los géneros no realistas, si bien la ciencia ficción fue minoritaria respecto al terror.

Los '70 trajeron nuevas obras como La isla misteriosa (Juan Antonio Bardem y Henry Colpi, 1972, basada en la novela homónima de Julio Verne), Una gota de sangre para morir amando (Eloy de la Iglesia, 1973, basada en La naranja mecánica de Stanley Kubrick) o ¿Quién puede matar a un niño? de Narciso Ibáñez Serrador, además de un buen puñado de obras fallidas.

En 1980 se aprueba la "ley Miró", que dividió el cine español en dos ramas: por una parte las películas caras que contarían con el respaldo financiero de los organismos oficiales, y por otro las producciones de equipos mínimos destinadas, principalmente, al alquiler en vídeo. Obviamente, el desprestigio que la ciencia ficción ha sufrido por parte de las élites intelectuales, refugiadas en sus torres de marfil, jugó en contra del género, que quedó encasillado en el segundo grupo. No es de extrañar que el cine de ciencia ficción tuviera poco de ésta, siendo más bien parodias de películas americanas de éxito, obras subidas de tono que aprovechan el destape u obras más cercanas al terror que llegaron a resucitar al dr. Orloff de los años '60 en busca de su público. La única película de esta época que merece un cierto reconocimiento es El caballero del dragón (Fernando Colomo, 1985).

Los años '90 trajeron una nueva hornada de realizadores como Álex de la Iglesia, Alejandro Amenábar o Javier Fesser que sí conocían los géneros populares y sus posibilidades. Con ellos se produjo un florecimiento del cine de ciencia ficción con obras como Acción mutante (Álex de la Iglesia, 1992) o Abre los ojos (Alejandro Amenábar, 1997). No es que gracias a estos autores el cine de ciencia ficción floreciera en España, ni mucho menos, pero al menos sus firmas sirvieron para reivindicarlo, lo que permitió obras posteriores como Stranded (Náufragos) (Luna, 2001), Los cronocrímenes (Nacho Vigalondo, 2007), Eva (Kike Maíllo, 2011), Extraterrestre (Nacho Vigalondo, 2011) o La piel que habito (Pedro Almodóvar, 2012) entre otras.

A partir de los años '60 (televisión):

Los años '60 fueron también los de la explosión (relativamente hablando, claro) de la ciencia ficción en televisión, fenómeno completamente ligado a la figura del realizador Narciso Ibáñez Serrador. Nacido en Montevideo, su primera obra en la televisión española fue Mañana puede ser verdad, serie emitida entre 1964 y 1965, remakes de guiones suyos que ya habían tenido éxito en Argentina, basados en clásicos de la literatura de género de autores como Ray Bradbury o Robert Louis Stevenson. Pero, sin duda, su obra más conocida es Historias para no dormir, emitida entre 1966 y 1968. No todas las historias emitidas eran de ciencia ficción, y estas cabe agruparlas en dos grupos principales: aquellas en las que ocurre un suceso ominoso (más cercano al terror que a la ciencia ficción) y las de tipo distópico. El éxito de Historias para no dormir trajo réplicas de series similares como Doce cuentos y una pesadilla, Hora once o Ficciones que, mezcladas con fantasía o terror traerían obras de ciencia ficción.

Los años '70 en televisión contaron con nombres reconocidos como Antonio Mercero o José Luís Garci, que colaboraron de distintas formas para crear obras como La cabina (1972), La Gioconda está triste (1977, basada en un relato de Ray Bradbury) o Los pajaritos (1974). Garci trabajaría también en la serie Historias del otro lado (1992-1996, basada en una idea de Pilar Miró).

La irrupción de las cadenas privadas de televisión en los '90 trajo consigo una nueva necesidad de series que atrajeran a la audiencia. Para esto, y por distintos motivos, las productoras ya desde los comienzos diseñaron series como Farmacia de guardia (1991-1995) o Médico de familia (1995-1999) que, por su escenario familiar, permitían englobar distintos grupos demográficos y sociales, lo que las hacía atractivas para un público variado en el que cada segmento se identificaba con un personaje concreto. Por este motivo, una de las primeras series de televisión de ciencia ficción hechas en España fue El inquilino (2004), en la que un extraterrestre adoptaba el cuerpo de un humano fallecido y trataba de vivir la vida del fallecido. Su interacción con los vecinos daba lugar a situaciones en las que su desconocimiento de las costumbres humanas debían resultar cómicas. Sin embargo, la serie resultó un fracaso.

Un intento posterior, más acorde al canon, fue Plutón BRB Nero (2008-2009), de Álex de la Iglesia, que tampoco cosechó un gran éxito (en parte, quizá, por su horario). Otro nicho a explorar fue el de la ciencia ficción juvenil, con series como El internado (2007-2010) o Los protegidos (2010-2012). Aunque, quizá, la serie que más éxito ha tenido haya sido El ministerio del tiempo (2015-). En todo caso, las series de ciencia ficción españolas están muy lejos de los estándares de las americanas o, incluso, las de otros países europeos como Reino Unido. No sólo en en cuanto a producción, sino a su temática, muy conservadora e incapaz de explorar nuevos campos, limitándose a adaptar al género (y más bien con pinzas) esquemas como el familiar o el adolescente, que ya han demostrado funcionar.

Véase también: